LA LOGOTERAPIA

La Logoterapia: De la Negación a la Interpretación del Sentido de la vida

DE LA NEGACIÓN DEL SENTIDO A LA INTERPRETACIÓN DEL SENTIDO

Resúmen de artículo de Viktor Frankl

El análisis existencial o la logoterapia no se ocupa de lo que el hombre “puede” o le está “permitido” hacer, sino de lo que “debe” hacer.  Para poder introducir esta categoría del deber, del valor, del sentido, es preciso superar el nihilismo  que subyace siempre en el fisiologismo, psicologismo y sociologismo, para dejar paso al intento de una interpretación del sentido. Pero interpretar el sentido no equivale a dar sentido: el hombre que intenta interpretar el sentido del ser no trata de insuflar cualquier sentido al ser, sino de encontrar “el sentido”.

“El sentido de la vida está en la vida misma”

La frase es una fórmula paradójica. Si afirmo que el sentido de la vida es la vida misma, la palabra «vida» -que aparece dos veces en esta frase representan dos realidades distintas: primero entiendo por vida la vida fáctica; y luego la vida facultativa; es decir, la existencia dada, y luego, la existencia como una tarea.

Esto revela un carácter dialéctico, una estructura polar que es general en la existencia, en el ser humano. El hombre, en efecto, nunca «es», sino que «deviene»; el hombre nunca puede decir «yo soy el que soy», sino «yo soy el que llega a ser», o «yo llego a ser el que soy»: llego a ser actual (en realidad) el que «soy» en potencia (posibilidad).

En el hombre el ser, por una parte, y el poder y el deber ser, por otra, discrepan siempre entre sí. Esta discrepancia, esta distancia entre la existencia y la esencia, es lo propio del ser humano.  Si el sentido del ser humano estriba en reducir esta discrepancia, en acortar esta distancia, en una palabra: en aproximar la existencia a la esencia, no se puede olvidar  que aquí se trata de la esencia propia de cada uno; se trata de la realización de la posibilidad axiológica reservada a cada individuo. La máxima «llega a ser el que eres» no significa sólo “llega a ser el que puedes y debes ser”, sino también “llega a ser lo único que puedes y debes ser”. No se trata sólo de que yo sea hombre,sino de que llegue a ser yo mismo.

Si el sentido de la vida consiste en que el hombre realice su esencia, se comprende que el sentido de la existencia sólo pueda ser un sentido concreto; se refiere siempre a la persona individual y a la situación concreta (ya que no sólo corresponde a ‘ cada persona individual, sino a cada situación personal). La cuestión del sentido de la vida, por tanto, sólo se puede plantear en forma concreta, y sólo se puede contestar de modo activo: contestar a las “preguntas de la vida” significa “responsabilizarse”, “efectuar” las respuestas.

Si es posible preguntar por el sentido, hay que preguntar por el sentido de una persona concreta y de una situación concreta. Si la cuestión del sentido se dirige a la totalidad, pierde sentido. La contestación a la pregunta por el sentido absoluto escapa a las posibilidades del ser humano.

El hombre no sólo es incapaz de conocer el sentido absoluto, sino que tampoco bajo ningún otro aspecto está en condiciones de conocer lo absoluto. El hombre puede alcanzar un conocimiento absoluto; pero no posee un conocimiento de lo absoluto. El hombre puede tener un conocimiento objetivo; pero no puede tener un conocimiento objetivo del sujeto, de sí mismo; el sujeto es trascendente a sí mismo.

La pregunta por el sentido fracasa tan pronto como se aplica a la totalidad. La totalidad, en efecto, es inabarcable, y por eso su sentido rebasa necesariamente nuestra capacidad de comprensión. El sentido del todo es inefable, inasequible, incluso en la línea de un concepto limite, por lo que cabe afirmar que el todo carece de sentido, porque tiene un supersentido. No es posible concebir el supersentido; es preciso creer en él.

El sentido del todo, el supersentido, es indemostrable; su demostración es imposible, a menos que nos limitemos a una demostración de probabilidad, declarando: la mayor parte de las realidades tienen sentido, un sentido concreto; por eso la creencia de que todo tiene sentido es probablemente racional.

Pero el supersentido, es no susceptible de demostración, tampoco la necesita; no sólo es imposible demostrarlo, sino también innecesario. Porque si nada tuviera sentido, yo podría constatarlo de algún modo; pero si todo tiene sentido, si impera el supersentido en todas partes, yo no puedo constatarlo en modo alguno, yo no puedo nunca abarcarlo todo. Con otras palabras: la ausencia de sentido del todo, la carencia total de sentido, debería ser demostrable; y a la inversa, la indemostrabilidad del sentido total no puede ser una demostración de que no se dé esa plenitud de sentido. En efecto, la plenitud de sentido total es indemostrable; no puede demostrarse, sólo puede pensarse en un concepto límite: precisamente el concepto de un supersentido. No es cierto, pues, lo que suele afirmarse: que el sentido de nuestra vida consiste en asumir la falta de sentido de este mundo y que el sentido de la existencia consiste en afrontar el “absurdo” del ser; en realidad, la inabarcabilidad del todo, la inmensidad de la plenitud de sentido de este todo, la indemostrabilidad del supersentido, el asumir todo esto forma parte de nuestra existencia.

En esta perspectiva no es sólo, como dijimos, que la fe en este supersentido «tenga» sentido, sino que podemos afirmar que la fe en un supersentido es sentido. Nosotros diríamos, pues, que la pregunta por el sentido fracasa cuando versa sobre el todo; pero no fracasa sólo cuando versa sobre el todo, sino también cuando se dirige al fundamento: cuando ella misma va al fondo

La existencia es el único ser que plantea la cuestión del sentido. Pero no sólo pregunta en cada caso por el sentido de la facticidad, sino también por el sentido de su propia existencialidad; no sólo pregunta por el sentido de hechos concretos, sino por el sentido de sí misma, por el sentido de su ser, único capaz de formular la cuestión del sentido. En ese mismo instante ya no se plantea la pregunta por el sentido de modo concreto, sino de modo reflexivo. En esta reflexión fracasa y no puede menos de fracasar la pregunta por el sentido. Porque no cabe ya preguntar racionalmente por el sentido de la pregunta por el sentido. Esto equivaldría a preguntar por el sentido del sentido. Pero no es posible ir más allá del ser del sentido, preguntar por encima del ser del sentido.

Debemos renunciar así a encontrar el sentido de eso que es la búsqueda del sentido. Pero buscar el sentido es lo mismo que existir. Por eso la existencia no puede encontrar el sentido y el fundamento de su propio ser; no puede ir al fondo de sí misma. Cuando la pregunta por el sentido se dirige al todo, fracasa porque, como hemos dicho, el todo no tiene sentido: tiene supersentido.  Cuando la pregunta por el sentido se dirige al fundamento, fracasa porque –así podemos completar lo dicho- el «fundamento» tampoco tiene sentido: el fundamento “es” sentido.

La distinción entre el sentido y supersentido es importante en la teoría y también en la práctica. Porque si yo no diferencio el sentido y el supersentido, sino que los confundo, se produce una interferencia de ambos, y esta interferencia significa un obstáculo. Entonces no es posible la acción; no hay posibilidad de opción, de resolución, de responsabilidad. Yo quedaría inhibido, paralizado, con las manos atadas. Si renuncio a mi creencia en un supersentido con el pretexto de que, haga lo que haga y cualquiera que sea el rumbo de mi acción, el supersentido se impone de un modo u otro en el efecto de la acción, si me dejo llevar de esa postura, quedo con las manos atadas.

Por eso debo obrar como si todo dependiera de mí, de lo que yo haga o deje de hacer. Con otras palabras: no me es lícito saber ni creer nada en lo que al supersentido se refiere. Tanto más teniendo en cuenta que el supersentido no me deja saber nada.

Porque el supersentido sólo se da “en el efecto” y no en la intención. Por eso nada puedo saber del supersentido a priori, sino sólo barruntarlo a posteriori. En el momento de la acción, para poder obrar, debo dejar de lado mi creencia en el supersentido. En el momento de la acción sólo me está permitido atenerme al sentido que se me hace patente, no al supersentido, que se impone siempre. Puedo perder cuidado, porque el supersentido se impone siempre. Puedo contar con él. Puedo contar con él, mas no puedo manejarlo.

Dejar de lado la creencia en un supersentido no significa descartar el supersentido. La imposición de un sentido que se me hace patente depende de mi iniciativa; pero el supersentido se impone con independencia de mi iniciativa; con o sin mi colaboración, con o sin mi ininvenci0n. En suma: la historia en que se cumple el supersentido acontece a través de mis acciones o por encima de mis omisiones.

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