El sentido del sufrimiento para La Logoterapia
Resúmen de artículo de Frankl
Cumplimos el sentido de la existencia, llenamos de sentido nuestra existencia realizando los valores. Esta realización de valores puede producirse por tres vías:
- La primera posibilidad de realizar valores consiste en crear algo, en configurar un mundo.
- la segunda posibilidad consiste en vivir algo, asumir el mundo, asimilar la belleza o la verdad del ser;
- la tercera posibilidad de realización de valores consiste en padecer, en sufrimiento del ser, del destino.
La realización de valores en el sufrimiento del mundo y del destino muestra que la no realización de valores «creativos» y de “valores vivenciales” ofrece la posibilidad de realizar otros valores adoptando la actitud correcta ante esa limitación de posibilidades a estos se denominan “valores actitudinales”.
No es fácil exponer la riqueza de sentido que alberga el sufrimiento. Las posibilidades axiológicas del hacer creativo y de las vivencias pueden ser limitadas y pueden agotarse; pero las posibilidades del sufrimiento son ilimitadas. Ya por esto los valores actitudinales son superiores en rango ético a los valores creativos y vivenciales. Pero lo son además por otras razones: Lo que yo necesito para realizar obras creativas es algún tipo de talento; si lo tengo, me basta utilizarlo. Para realizar valores vivenciales me basta asimismo con algo que ya poseo: los órganos correspondientes: mis oídos para oír una sinfonía, mis ojos para ver una caída del sol, etc. Para realizar, en cambio, valores actitudinales, necesito, además de la capacidad creadora y la capacidad vivencial, la capacidad de sufrimiento. Pero el hombre no «posee» esta capacidad; nadie se la puso en la cuna; la capacidad de sufrimiento debe adquirirla el hombre por sí mismo; tiene que padecerla primero para sí. Si yo contase ya con una capacidad de sufrimiento, si éste fuera un rasgo caracterológico, y como tal, innato y no adquirido, sería en realidad apatía, algo que no permite que aflore el sufrimiento. La apatía es la incapacidad de sufrir. La apatía excluye la posibilidad de realizar valores actitudinales mediante el sufrimiento y en el sufrimiento.
Para practicar valores actitudinales, es necesario adoptar una actitud correcta frente al destino mediante el adecuado sufrimiento. Esto presupone la previa adquisición de la capacidad de sufrimiento. La adquisición de la capacidad de sufrimiento es un acto de autoconfiguración. La existencia humana hace que también la persona del hombre sea un ser decisivo. Si el ser de la persona es un ser decisivo, el carácter es un ser devenido.
Hay algo, además del medio ambiente y de la herencia, que constituye al hombre: lo que el hombre hace de sí mismo; es decir, del carácter. La persona que alguien «es», dialogando con el carácter que «tiene», adoptando una posición ante él, lo configura y se configura ella constantemente, y «llega a ser» una personalidad. Pero esto significa que yo no actúo únicamente con arreglo a lo que soy, sino que llego a ser lo que soy con arreglo a lo que hago.
Cualquier ser humano conoce instintivamente el posible sentido del sufrimiento y, en consecuencia, el valor de la capacidad de sufrimiento, conoce la capacidad de sufrimiento como valor.
El sufrimiento, pues, puede ser una obra rentable. Pero el sufrimiento – el auténtico- no es sólo una obra, sino un incremento. Cuando asumo un sufrimiento, cuando lo hago mío, crezco, siento un incremento de fuerza: hay una especie de metabolismo. La esencia del metabolismo consiste en una transformación de sustancias, material bruto, en fuerza. En el plano humano se trata de la transformación de ese material bruto que es el destino: el doliente ya no puede configurar el destino externamente, pero el sufrimiento le capacita para dominar el destino desde dentro, transportándolo del plano de lo fáctico al plano existencial.
EL Ser humano supera su dolor, se eleva por encima de sí. Sufrir significa obrar y significa crecer. Pero significa también madurar. En efecto, el ser humano que se supera, madura hacia su mismidad. Sí, el verdadero resultado del sufrimiento es un proceso de maduración. Pero la maduración se basa en que el ser humano alcanza la libertad interior, a pesar de la dependencia exterior.
Las situaciones extremas, por tanto, además de hacer que -el hombre alcance la libertad interior, le ayudan a conseguir la madurez plena.
La audacia para el sufrimiento, es lo que importa. Se trata de asumir el sufrimiento, de afirmar el destino, de tomar postura ante él. Sólo por esta vía podemos acercarnos a la verdad; barruntarla, por esta via y no por la via de la huida y el miedo al sufrimiento.
Porque el sufrimiento, no significa sólo obrar, crecer y madurar, sino también enriquecerse. El hombre que, como queda dicho, madura hacia su mismidad, madura al encuentro de la verdad. El sufrimiento no posee sólo una dignidad ética, posee además una relevancia metafísica. El sufrimiento hace al ser humano lúcido y al mundo diáfano. El ser se vuelve transparente, dejando asomar una dimensionalidad metafísica.
Hemos dicho que es necesario asumir el sufrimiento. Para asumirlo, para poder aceptarlo, yo debo afrontarlo. Porque sólo «mana la dicha pura», sólo “brota la luz” si «bebo», si incorporo el sufrimiento, si lo hago mío. Sólo el sufrimiento asimilado deja de ser sufrimiento. Aquí observamos un contrapunto del placer; una analogía con el placer: también éste, como hemos visto, deja de ser placer cuando se persigue directamente: el hombre que busca el placer, lo pierde. El placer sólo puede ser un efecto “gratificación”, mas no una intención; el placer se puede “efectuar”, mas no perseguir. Si se persigue -como en las neurosis sexuales-, en lugar de buscar y amar al ser humano, si la intención no va dirigida al otro, el hombre pierde también el placer. Mas, para poder afrontar el sufrimiento, debo trascenderlo. Con otras palabras: yo sólo puedo afrontar el sufrimiento, sólo puedo sufrir con sentido, si sufro por un algo o un alguien. De modo que el sufrimiento, para tener sentido, no puede ser un fin en sí mismo. La disposición al sufrimiento, la disposición al sacrificio, puede degenerar en masoquismo. El sufrimiento sólo tiene sentido cuando se padece «por causa de». Al aceptarlo, no sólo lo afrontamos, sino que a través del sufrimiento buscamos algo que nos identifica con él: trascendemos el sufrimiento.
El sufrimiento dotado de sentido apunta siempre más allá de sí mismo. El sufrimiento dotado de sentido remite a una «causa» por la que padecemos. En suma: el sufrimiento con plenitud de sentido es el sacrificio.
Siendo el análisis existencial una psicoterapia, debe abordar el análisis del sufrimiento en sus posibilidades de sentido. Debe tratar de “dotar de sentido” al sufrimiento. Como hemos visto, este “dotar de sentido” resuelve muchas veces el sufrimiento en sacrificio.
La prestación de sentido, la “dotación de sentido” que se produce cuando el sufrimiento pasa a ser sacrificio, llega hasta el punto de implicar toda la vida. El sacrificio puede dar sentido a la misma muerte, mientras que el instinto de conservación es incapaz de dar siquiera sentido a la vida.
El hombre no quiere “estar ahí”, existir a cualquier precio; lo que quiere realmente es vivir una vida que tenga sentido. Lo decisivo no es la duración de la existencia, sino llenar de sentido esa existencia. Una vida breve puede tener sentido, mientras que una vida larga puede ser absurda. Es más: si no hubiera muerte, si no acabase la vida, ésta sería ya absurda. El hombre podría aplazar todo indefinidamente: lo mismo podría hacerlo hoy que mañana o pasado mañana. No habría compromiso ni responsabilidad de aprovechar el tiempo para realizar los valores y llenar de sentido la existencia.
El hombre ha creído siempre que el sacrificio puede dar sentido a la muerte.
Cuando se aproxima esa hora trata de reavivar esta conciencia; los “destinados a morir” tratan de convertir su sufrimiento y su muerte en un sacrificio. Por eso no es de extrañar que las personas que se encuentran en campos de prisioneros o de concentración sean propensas a entablar debates filosóficos y diálogos sobre temas trascendentes. Lo hacen por un instinto de autoconservación espiritual. El hambre de pan espiritual en esas situaciones extremas, no es menor que el hambre de pan material.
El sufrimiento auténtico es siempre “sufrimiento mudo”. Hay que hacer una distinción entre sufrimiento necesario e innecesario no hay que olvidar que el primero puede ser un sufrimiento voluntario. El sufrimiento puede ser necesario en la línea de una necesidad superior que le hace a uno asumirlo libremente. El sufrimiento voluntario por excelencia es, por ejemplo, el martirio. El masoquista sufre presuntuosamente caprichosamente; el mártir padece libremente. El martirio no tiene nada que ver con el masoquismo.
Tampoco se puede comparar al penitente con el masoquista. La diferencia entre el mártir y el penitente consiste en que el primero acepta el sufrimiento, mientras que el segundo se entrega a él. Los dos comparten, sin embargo, el aspecto de voluntariedad.
La penitencia del penitente es una expiación voluntaria, contrariamente al castigo o expiación involuntaria.
La diferencia entre el masoquista y el penitente consiste en que el sufrimiento del segundo es de carácter intencional. Y la intención, el móvil de toda penitencia, es el arrepentimiento. Sólo el hombre arrepentido está interesado en castigarse voluntariamente. ¿Por qué no se limita a arrepentirse, sino que se castiga a sí mismo? Si me limito a arrepentirme, corro el riesgo de reincidir con .facilidad. Sólo acompañando este arrepentimiento con la penalización voluntaria, con la expiación, con el sufrimiento asumido libremente, con un displacer, queda conjurado el peligro hasta cierto punto. El arrepentimiento asociado al displacer tiene más peso desde la perspectiva de una “economía del placer”. De lo contrario, si el arrepentimiento no estuviera carsado de displacer, sería demasiado «fácil». La penitencia está destinada a evitar el peligro de reincidencia.