La psicología humanista, en su sentido más amplio, incluye a todos aquellos autores que
han desarrollado sus propuestas apuntando a una cierta concepción del ser humano. Es en la primera mitad del siglo XX cuando surgen las primeras aportaciones de peso: en muchos aspectos la obra de William James en Estados Unidos y las de Ludwig Bingswanger y Medar Boss, entre otros, en Europa. Sin embargo, la psicología humanista, bajo esta denominación y como movimiento relativamente organizado, se gesta durante las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX.
La psicología humanista es un enfoque de la psicología que se centra en el estudio de una persona a nivel global, valorando sus pensamientos, sentimientos y comportamientos[1][2]. Surge como reacción a la simplificación del ser humano proveniente de otras teorías y busca comprenderlo a través de los estudios[2]. La principal característica de la psicología humanista es considerar al ser humano como un todo, sabiendo que existen múltiples factores que influyen en su desarrollo[3]. El humanismo en América tuvo como representantes en la Psicología a Carl Rogers y Abraham Maslow[4]. La psicología humanista sostiene que la gente es buena por naturaleza y defiende la importancia de la moral, ética y valores personale[5].
Carl Rogers, es una de las principales figuras es USA, que se yergue como uno de los principales promotores del enfoque humanista en la psicología, enfoque que plantea que el hombre es un ser esencialmente bueno y que busca su felicidad y su autorrealización.
El humanismo responde así, a una concepción, que postula una forma de nativismo semejante al de Descartes o al de Sócrates, pero que queda mejor definido con la frase de Jean Jacques Rousseau: “el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Podemos decir por tanto, que el humanismo es una concepción que se opone al determinismo del psicoanálisis, al objetivismo conductual y al racionalismo de los trabajos cognitivos; y desarrolla una visión más positiva del hombre.
Se denomina nativismo psicológico a la postura que sostiene que ciertas habilidades son ‘nativas’ o se encuentran fijadas en el cerebro desde el momento del nacimiento de una persona. Esta postura contrasta con el empirismo, o postura de tabula rasa, que sostiene que el cerebro posee características al nacer que le permiten aprender del entorno pero no posee contenido tal como sostienen quienes apoyan la idea de nativismo.
El humanismo como corriente puede rastrearse en fechas y tiempos determinados, pero, dentro de un contexto histórico, sería mejor considerar que el humanismo como tal; ha actuado a manera de oleadas cíclicas que nos han dejado pequeñas dosis de sus ideas y pensamientos en diferentes épocas históricas. En la antigua Grecia, por ejemplo, filósofos como Protágoras y Sócrates pusieron énfasis en la realidad interior del hombre como una esencia subjetiva, y con ello dejaron a la luz el lado humanista de su filosofía. Luego, durante el renacimiento, el humanismo sustituye el pensamiento teocéntrico de la escolástica por una visión más antropocéntrica.
El movimiento liberal que iniciaron filósofos de la talla de Rousseau, Montesquieu y Voltaire entre otros; también puso su cuota de humanismo, al exaltar los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad durante la ilustración. Pero ¿cómo llega este humanismo a la psicología? Las raíces del humanismo psicológico se encuentran en la fenomenología y junto con las nociones existencialistas que cobran fuerza con los trabajos de Soren Kierkegaard (1813-1855), Martin Heidegger (1889-1976), Jean Paul Sartre (1905-1855) y Albert Camus (1913-1960); se alzan en un movimiento que pretende estudiar la conciencia humana como esencia.
Por otro lado, filósofos como Edmund Husserl (1859-1938) y Maurice Merleau-Ponty (1909-1961); estaban convencidos que la psicología debe ocuparse de estudiar la relación íntima y fundamental entre “el sujeto pensante y el objeto pensado”, es decir que la psicología debe llegar a la esencia misma de las cosas.
Tanto los filósofos como los psicólogos han seguido los enfoques fenomenológicos, con perspectivas muy diversas como la gestalt, el existencialismo y el humanismo; pero en todas ellas, la filosofía y la psicología se confunden en el famoso dilema plantado por Heidegger: de que “la existencia precede a la esencia”. De este modo, tanto los filósofos como los psicólogos encuentran en el existencialismo y el humanismo puntos comunes que desembocan en la consideración de que la preocupación básica de la psicología debe ser la existencia humana y que esta se desenvuelve en el presente, no en el pasado ni en el futuro. Consecuentemente, entienden que la realidad humana es siempre el producto de las percepciones únicas del mundo de una persona particular, y que los hombres tienen la capacidad de hacer sus propias elecciones en función de la construcción de ese mundo íntimo y único para cada persona.
Ahora bien, el humanismo formaliza su llegada a la psicología en 1930, cuando Gordon W. Allport (1897- 1967) sienta las bases del humanismo psicológico al utilizar por primera vez, el término de “psicología humanista”, llegando a conocerse como la “tercera fuerza” en Estados Unidos (Baron, 1997). Psicólogos como Carl Rogers (1902-1987) y Abraham Maslow (1908-1970) han hecho posible que los planteamientos de la psicología humanista sean aplicados en distintos campos como la educación, los ambientes laborales, y por supuesto, en la psicología clínica y la psicoterapia.
Desde una perspectiva estrictamente psicológica, el movimiento de la psicología humanista va a surgir con la pretensión de configurarse como una alternativa a la visión del ser humano que proporcionan tanto el psicoanálisis como el conductismo (las dos grandes fuerzas. que predominaban en psicología de esos años), de ahí que este movimiento sea también conocido como “tercera fuerza”.
El psicoanálisis y el conductismo serían criticados por sostener concepciones del ser humano explícita o implícitamente negativas, deshumanizadas o reduccionistas, así como por su mecanicismo y determinismo. Las propuestas alternativas se van a caracterizar, además de por este rechazo, por su variedad, hasta el punto de que es más apropiado hablar de un movimiento que de una escuela.
Esta crítica y el consiguiente posicionamiento como tercera fuerza dentro del campo de la psicología, vienen también influida por factores sociales y culturales. El desánimo y desasosiego que sucedieron a la Segunda Guerra Mundial, la conciencia de la amenaza atómica y la guerra fría, la insatisfacción social que culminó en los movimientos contraculturales de los años sesenta, son elementos que conformaron el caldo de cultivo en el que nació la psicología humanista. Sin embargo no hay que perder de vista que este “malestar de la cultura” no era nuevo -aunque sí tenía algún elemento nuevo como la posibilidad de destrucción masiva de la humanidad-, y que desde el punto de vista de la historia del pensamiento la crítica tanto al pensamiento abstracto, como a los mecanicismos y reduccionismos en la concepción del hombre tiene una larga tradición. De esta tradición filosófica humanista y de su influencia en la psicología humanista hablaremos luego, pero adelantemos aquí que incide directamente en el desarrollo en Europa de la psicología existencial, anterior a la eclosión norteamericana de la psicología humanista. De hecho, en muchos textos se utiliza el término humanístico-existencial para agrupar en un todo ambas corrientes.
En lo referente a los principales representantes de este movimiento ya se ha nombrado a
William James dado que su concepción de la psicología y del método son un
marco en el que la psicología humanista se puede sentir cómoda. Autores como Gordon
Allport, Abraham Maslow o Carl Rogers junto a Ludwig Bingswanger, Medar Boss, Rollo
May, Victor Frankl, Eric Fromm o Ronald Laing forman un heteróclito grupo.
Los postulados básicos de la psicología humanista
La psicología humanista es mucho más un movimiento que una escuela, y si consideramos el conceptualmente amplio grupo de los autores humanístico-existenciales es, aun más que un movimiento, el reflejo de una actitud sobre el ser humano y el conocimiento. Con todo, no han faltado los intentos de unificación en torno a las propuestas de unos postulados básicos. Bugental, el primer presidente de la Asociación Americana de Psicología Humanista, propuso los siguientes cinco puntos:
1) El hombre, como hombre, sobrepasa la suma de sus partes
2) El hombre lleva a cabo su existencia en un contexto humano.
3) El hombre es consciente.
4) El hombre tiene capacidad de elección
5) El hombre es intencional en sus propósitos, sus experiencias valorativas, su creatividad y su reconocimiento de significación.
Por su parte, dicha Asociación, propone cuatro puntos que compartirían los integrantes del
movimiento:
1) La psicología humanista se centra en la persona humana y su experiencia interior, así como en su significado para ella y en la autopresencia que esto le supone.
2) Enfatización de las características distintivas y específicamente humanas: decisión, creatividad, autorrealización, etc.
3) Mantenimiento del criterio de significación intrínseca, en la selección de problemas a investigar en contra de un valor inspirado únicamente en el valor de la objetividad.
4) Compromiso con el valor de la dignidad humana e interés en el desarrollo pleno del potencial inherente a cada persona; para la psicología humanista es central la persona tal
como se descubre a sí misma y en relación con las restantes personas y grupos sociales.
Gordon Allport, uno de los más sólidos y respetados fundadores de este movimiento, propuso la distinción entre las orientaciones idiográficas y nomotéticas en psicología. La orientación idiográfica pone el énfasis en la experiencia individual, en el caso único, mientras que la orientación nomotética se interesa por abstracciones estadísticas tales como medias o desviaciones típicas. Allport se preguntaba si la psicología, en su carrera por ganar credibilidad científica, no estaría negando lo que debería ser la más importante realidad de la psicología: la experiencia individual.
Allport no negaba la importancia de la orientación nomotética para la psicología, pero reclamaba un lugar importante, también, para la orientación idiográfica.
Como se ve, más allá de fundamentarse en una tradición de pensamiento relativamente común y de compartir, hasta cierto punto, unos postulados básicos muy generales sobre la naturaleza del ser humano y sobre cómo la psicología debe incidir sobre él, no hay más elementos que respondan a lo que sería una escuela estructurada. Seamos idiográficos pues y busquemos el interés en los autores individuales:
[Tomado de Martorell, J. L. y Prieto, J. L. Fundamentos de Psicología, Ed. C. A. Ramón
Areces, Madrid, 2008]
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